jueves, 12 de agosto de 2010

"Deja Vu" - Brenda Salva

Soñar es una de esas cosas que casi no tienen explicación. Es buscar el sentido a las imágenes que aparecen soñadas, y tan reales que asustan.
He caminado por la Ciudad y he visto un local de lotería en el se mostraba un cartel explicando que significado tenían los sueños, o mejor dicho las imágenes proyectadas. Después vi. el significado de los números, me pareció ridículo. Iba cruzando la Avenida cuando un brillo en el cemento despertó mi curiosidad. Me agache tratando de descubrir de qué se trataba. No pude despegar “eso” del suelo. Luego, solo tengo imágenes del momento en el que abrí los ojos y me encontré con un tierno doctor que decía que iba a recuperarme y caminará pronto.
La mala suerte de perseguir la luz o un extraño brillo en la calle. Estupida de mí. Me atropello un auto, muy maldito y yo muy inconciente. Todas las noches siguientes a esa sufría de agobiantes jaquecas y consumía esa conocida droga ansiolítica y anti depresiva llamada Rivotril, para relajarme y caer dormida.
Caer dormida artificialmente. No solo mi pierna era invención de la tecnología médica, sino que mi sueño también lo era.
Poco tiempo después, y con mucho esfuerzo y determinación, comencé a caminar. Pero mis noches, una seguida de otra, seguían siendo un calvario. Cada día más empestillada, con cientos de recetas por comprar, cada vez más ojerosa, con cajas de Citalopram , Etoperidona, escitalopram, fluoxetina, zimelidina y otros que en la mesita de luz ya no cabían.
Sentía que la noche era una enemiga íntima y sin escapatoria. Tarde o temprano llegaba y nos enfrentábamos. Una noche me dejé vencer y cerré los ojos sin consumir ni una sola píldora. Me dejé sumergir en la oscuridad de mi habitación, en el sonido del segundero del reloj, en el agua goteando de la cocina, es un aullido proveniente de las afueras, en mi propia y agitada respiración. Eso me alteraba, transpiraban mis manos, saltaba mi corazón, daba mil vueltas en la cama antes de encontrar la posición más cómoda. Aun tenia esa molesta venda que rodeaba mi pierna.
Poco a poco, y casi mágicamente, comencé a caer en un lento y tenue relax. De a poco comencé a percibir menos sonidos. Recordé una canción, una dulce pero melancólica melodía, respire profundo con el placer de entregarme a mi almohada. Cerré los ojos. Me vi en una tarde soleada sentada en una plaza, hablando con Carla, yo con la pierna vendada, ella llorando por una discusión con el lacra del novio, palomas molestando y un poco de sol. Fue tan real, que esa mañana desperté con la sensación del calor en mi piel a causa de ese sol de la tarde.
Poco después de las 10 AM, tomando mi café doble con edulcorante, sonó el teléfono. Rengueando llegue a el. Era Carla, desesperadamente triste. Nos vimos esa tarde soleada en la plaza. Mientras hablábamos de la pelea con su novio, mi mente viajo a la noche anterior, donde había soñado exactamente ese momento tan trivial. Sabiendo que no estaba prestándole atención, le sugerir volver a casa. Ese camino de vuelta, me hizo pensar que quizás no haya sido buena idea dormir por mi cuenta sin inducción de mis somníferos artificiales.
La noche volvió a caer. Volví en caer en la tentación de dormir sin pastillas. Menos incomoda que la noche anterior, dejé prendido un velador y lentamente caí en el sueño. Esa vez recuerdo haber soñado con mi perro jugando en la vereda, mientras yo abría un desconocido viejo libro cubierto de polvo. Paso siguiente, me levantaba a tirarle la pelota, y en eso Firulais corría en su búsqueda sin regresar jamás de la vuelta de la esquina.
Desperté acongojada, molesta. Pero mi raciocinio pretendía desprenderme de esa sensación extraña de un falaz sueño. Una vez podría haber sido lo raro, ya dos veces era un abuso hacia mi integridad mental.
Ese día me visito mamá, venia contenta, había encontrado una de las obras del abuelo escondida en el sótano. Era su diario intimo, tamaño libro, viejo y desconocido para mi. Ya el frío que cruzaba mi columna era llamativo. Los ojos de mama emocionados, por un momento hicieron que olvide la terrible similitud de la realidad con mi sueño. Fui a despedirla a la puerta y Firulais, como es de costumbre, también me acompañó. Teníamos la misma pelota roja de toda su vida, quería jugar. Antes de lanzarla, algo me detuvo, y fue ese maldito sueño en el que se recreaban las imágenes del día transcurrido. No pude evitar resistir el desafío a esa realidad paralela, lance la pelota. Observe al perro correr tras ella. Desapareció doblando a la esquina. No regresó más.
Muy alterada como para tratar de conciliar el sueño por mi cuenta, esa noche tome quizás mas de lo debido. Quería dormir inducida por alguna droga que me tumbe y no me deje soñar nada más. Dos noches seguidas de efectos colaterales por querer dejar de drogarme. Dos noches prediciendo futuros nefastos. Una amiga rompiendo una relación de una década, mi mascota desaparecida que ni mis gritos volvieron a traer. ¿Qué más me depararía esa noche? ¿Qué otro suceso volvería a soñar para convertirlo en realidad? ¿Qué estaba pasándome? Mientras me cuestionaba esto y más, sin querer y por efecto de las pastillas, quedé totalmente dormida. Ví un reloj marcando las 9.05 AM, una cortina moviéndose lentamente por la brisa de esa primavera, mis pantuflas a los pies de la cama y un velador prendido. Desperté con temor de abrir los ojos, con temor de observar detalladamente todo lo que mi mente había recreado en la noche. Me costo levantar cada parpado, con la necesidad y obligación de levantarme al baño. Los abrí. Vi un reloj marcando las 9.05 AM, una cortina moviéndose lentamente por la brisa de esa primavera, mis pantuflas a los pies de la cama y un velador prendido. ¿Por qué otra vez? Me levanté enojada. Casi frustrada. Impotente. No me puse las pantuflas. Rengueé hasta el baño. El enojo no hizo que me percatara que esa noche había dejado el agua corriendo del baño. Estaba casi inundado. Resbale. Me sostuve del lava manos. Agitada y al borde del llanto, me reincorpore conciente de que podría haber muerto esa mañana por una estupidez mía.
No almorcé, no merendé. No atendí el teléfono. No abrí la puerta. No hice nada ese día. Estaba conmocionada. Y más aun, esa noche solo soñé una mañana. Solo detalles. Pero ninguna imagen más del resto del día. Casi muero. Casi muero por ese piso mojado y descalza. Casi muero y el sueño no me lo mostró. Podía haber tomado recaudos. Pero.
Eran las 2 AM, aun daba vueltas en mi cama. Había tirado por el inodoro, todas las pastillas. No quería que se entrometieran en mis visiones. Algo de esto podía salvarme la vida. 4 AM vi por última vez el reloj. Me vi levantándome a las 11 AM, me cambiaba en la habitación. Jeans rotos, las Nike de siempre y una remera blanca. Abría la ventana, apagaba el velador, y me dirigía a la cocina. Prendía la ornalla, chiflaba la pava y preparaba mi café con edulcorante. Sonaba el teléfono, atendía, era mamá contándome de algo que había encontrado.

Ese día llegue a casa. No ladró el perro. No atendió la puerta. Llamé a un vecino y tiramos la puerta. La casa estaba toda inundada. Alguien había dejado la canilla abierta del baño. Corrí por el pasillo hacia la habitación de Marilina, estaba todo cerrado, un velador prendido, pastillas por todos lados, un Jean y una remera doblada cuidadosamente al pie de la cama. Y mi hija tirada boca abajo en el medio de la habitación. Tal vez no pudo soportar tantas noches sin dormir después de ese tremendo accidente sin sentido.

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Comisión 60
2009

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